Tuesday, November 28, 2006

LA INTEGRIDAD DEL AMOR CONYUGAL


LA INTEGRIDAD DEL AMOR CONYUGAL

Amamos según somos, en conformidad con nuestra entera naturaleza humana. Por eso, hay una íntima relación entre lo que somos como persona y como esa manera de ser se expresa necesariamente en nuestro modo de amar. La integralidad trata de ese estar entero en el amar, con todos nuestros dinamismos tendenciales en la relación amorosa, los del organismo corpóreo, los del psiquismo, los espirituales. Un amor que nos convoca enteros, en toda nuestra naturaleza humana.

El amor conyugal integra todo: nuestra bioquímica, nuestra pasión y sentimientos, nuestro entendimiento y voluntad, todos aportando ciertos bienes específicos al amor. Ponerlos todos en el dar y el recibir no es un hecho fácil, ni estable o constante, sino una adquisición que requiere de esfuerzos y cuya permanencia no está asegurada

“El mito de Giges” plantea el dilema moral del hombre, que en caso de poseer un anillo de invisibilidad que le brinda todo el poder para actuar en secreto y con total impunidad, puede actuar bien, o por el contrario, según demuestra desafortunadamente la experiencia histórica, actuar en beneficio propio y de forma inmoral e injusta. Este mito nos permite reflexionar sobre un desafío o una prueba necesaria a superar, para poder lograr la integridad personal, que es el fundamento previo y necesario para que pueda darse luego la integralidad del amor conyugal.

Las enseñanzas de Sócrates sobre la virtud para la educación de la juventud, eran distintas a las de Esparta, donde por ejemplo, se castigaba a los niños, como nos cuentan Jenofonte y Cicerón, no por robar, sino por no haber sabido ocultar el robo. En definitiva, no se robaba por ser honesto sino por temor a ser descubierto. Esta concepción es la que está en la raíz del mito de Giges, la cual plantea interesantes preguntas, si aplicamos este mito al tema del amor conyugal:

Consideramos que las personas con integralidad en el amor nunca realizarán actos deshonestos, pero, la prueba real de su integralidad sería esta: ¿Si tuvieran la oportunidad de cometer actos inmorales sin ser vistos o descubiertos, lo harían?

Digamos que la integridad verdadera es sólo de aquel marido o esposa, que poniéndose el anillo de Giges, obraría del mejor modo, sin ver, oír, estar, tomar o usar de lo que no debe.

¿Cómo responder y ser victorioso sobre el desafío que nos plantea el Mito de Giges aplicado a la vida conyugal?

Pongamos un ejemplo mundano de lo que sería un hombre de integralidad en el amor: Si la mujer más hermosa y encantadora viniera a seducirlo y a entregársele, ese hombre no se movería, y no sólo conceptualmente, sino también físicamente. Si esa situación se presentara, y aún cuando los así llamados mejores hombres en el mundo inevitablemente sucumbirían, él jamás caería en ese tipo de tentación. También si hubiese millones de dólares en lingotes de oro apilados aquí, y él se encontrara en una situación de real necesidad, aun así, él no los tocaría, ni se rendiría a esa otra tentación. Y si se presentara la oportunidad donde él realmente pudiera obtener un enorme poder sin que nadie se lo cuestionase, él no lo tomaría, salvo que sea por una causa al servicio de Dios.

La integralidad del amor conyugal significa que quien vive ese tipo de amor puede, gracias a él, darse entero y sincero, y puede recibir al otro igualmente entero y sincero, sin sospechas, sin engaños, sin partirse, reducirse, o contraponerse en partes divididas y enfrentadas, empobrecerse y reprimir alguna dimensión de su verdad y bondad humanas en cuanto pleno varón y en cuanto plena mujer en el proceso biográfico de su conjunción conyugal.

La tarea y el desafío de los esposos es inculcar a tal grado la búsqueda de la bondad y la integridad, de modo tal que, cuando tengan puesto el anillo de invisibilidad (por ejemplo, cuando están viviendo por largos periodos separados, o estén solos) obren con absoluta fidelidad por su propia iniciativa.

¿Cómo lograrlo? Un primer paso es dejar claro y hacer ver que el primer perjudicado, en cualquier tipo de inmoralidad, es él que la comete, sea o no visto por alguien. Además, como sabemos, el vigía más severo, no son los demás o la sociedad, sino nuestra propia CONCIENCIA. La conciencia es la presencia de Dios en el hombre.

El Eclesiástico, uno de los libros que resume muy bien la sabiduría del pueblo Hebreo, nos recuerda: "Al principio hizo al hombre y lo dejó en manos de su propia conciencia. Si tú quieres, puedes observar los mandamientos y está en tus manos permanecer fiel." (Eclesiástico 15, 14-15)

Y más adelante reconociendo la fuerza de la concupiscencia o el deseo por el amor ilícito (adulterio) como una de las tentaciones más fuertes a vencer y superar, este libro sapiencial del Eclesiástico advierte: "El hombre que es infiel a su esposa se dice a sí mismo: "¿Quién me verá? Las sombras me rodean, los muros me ocultan, nadie me mira; ¿por qué inquietarme? El Altísimo no anotará mis pecados." ¡Sólo teme la mirada de los hombres, olvidándose de los ojos del Señor que son mil veces más luminosos que el sol, que observan todas nuestras acciones y que penetran hasta en los lugares más secretos!" (Eclesiástico 23, 18-19)

Como parte de la madurez moral, la libertad y la dignidad de nuestro amado, nos vemos obligados a darle el anillo de invisibilidad. En esos momentos no podemos vivir en una angustia tal de sospechar que usará mal su libertad y nos será infiel. NO, como un cónyuge responsable, una de nuestras disposiciones para fomentar la integridad y la bondad debe ser la confianza, la esperanza en que nuestro amado es un ser con integridad propia, aunque no exista ningún tipo de control, miedo o coacción alguna.

Si nuestro cónyuge siente que nuestras expectativas son bajas y que desconfiamos o dudamos de su integridad, enseguida, con nuestra actitud, motivamos la falta de estímulo y esfuerzo por cumplir con las virtudes y el bien.

Tengamos la seguridad que el aprendizaje significativo en los valores concernientes al amor conyugal viene, no de los contenidos teóricos sobre la utilización del anillo de invisibilidad, sino de la corroboración existencial de los peligros y problemas que causa como consecuencia el mal uso de la concupiscencia. Por ello, grandes obras literarias giran en torno a este tema como es el caso del “Hombre Invisible” de H. G. Wells, y la obra de Tolkien, “El señor de los anillos” (aunque en este caso, más que en el abuso del amor se da en el contexto de la tentación del abuso del “poder”).

Educar en valores, y en particular en los valores del verdadero amor conyugal, es educar, a menudo, en como vencer las tentaciones y superar los fracasos que se producen por usar mal ese ANILLO DE LA INVISIBILIDAD.


Desde hace 30 años, la revolución sexual de fines de los años 60 ha influido gradualmente para formar una concepción distinta del matrimonio, la familia y del amor, convirtiéndose, desafortunadamente, en una auténtica revolución cultural, cuyos efectos vivimos hasta el día de hoy.

De acuerdo a este nuevo enfoque, el amor es entendido como el impulso sexual, considerado además incontrolable, que debe expresarse de la manera más espontánea y libre posible y al cual no se puede poner freno. De ahí que se diga que “el amor no tiene leyes”, porque el apetito sexual es tenido por irracional y totalmente impulsivo. De este modo, el matrimonio aparece como una sujeción absurda y fría, una legalidad tosca que pretende reglar una situación que de suyo, no tiene posibilidad de ser normada.

Dado que el amor no tiene leyes, la posibilidad de “entrada fácil” y “salida fácil” del matrimonio debe existir siempre y en todo momento. De hecho, a menudo el matrimonio se rompe y se invoca el divorcio, cuando, como se dice usualmente “se acaba el amor”, lo que significa la mayoría de las veces una falta de atracción sexual, o por la aparición de una tercera persona, que pasa a llenar las expectativas que el cónyuge no satisface. Por eso se ve como lo más natural que baste sólo la voluntad de cualquiera de las partes para poner fin a un compromiso que ata a las personas y les impide expresarse sexualmente como lo deseen.

La educación sexual de los últimos años ha intentado desligar gradualmente a la sexualidad de toda pauta moral. Se mira la abstinencia como algo ridículo y se desconfía absolutamente en la capacidad de autocontrol del joven. Es la clásica filosofía “Playboy”, que podría resumirse así:

– Tonto + Tonta = embarazo
– Listo + Tonta = aventura
– Tonto + Lista = Boda
– Listo + Lista = Sexo y diversión sin complicación

Esta nueva concepción de la sexualidad es la que hace que dentro de la misma familia, terminen imponiéndose las reglas del mercado: debe existir un mejor producto, un mejor precio y una mejor venta. Esto significa que puesto que todo depende de la atracción sexual, los sujetos que se casan con esta mentalidad, deberán estar permanentemente preocupados del grado de satisfacción que otorgan a su pareja, para evitar ser “reemplazados” por otro u otra que sí satisfaga mejor las aspiraciones de quien dice amarlos. De este modo, las relaciones humanas terminan dependiendo más de factores accidentales, por lo que se tiene o se es capaz de dar, que por lo que las personas son.

Esta deformación de la sexualidad que es la antesala del divorcio, ha contribuido a la infidelidad conyugal (“si pruebo con otra persona y me gusta, deshago mi matrimonio y me caso de nuevo”) y una notable inestabilidad conyugal (“o haces lo que quiero, o me separo”). En efecto, el problema radica en que si el matrimonio puede ser desahuciado por cualquiera de las partes sin expresión de causa, esta posibilidad se usará como arma para presionar al otro cónyuge, en particular al débil, para que acate los deseos de la parte fuerte, que no obstante, podrá siempre dejar sin efecto el matrimonio. El matrimonio se ha convertido en un verdadero “pacto de conveniencia”, porque el divorcio se transforma en un derecho que puede imponer el sujeto contra todos, sin importar en la situación que quede la parte débil, e incluso si es él mismo el culpable de que dicho matrimonio se haya ido a pique.

Por esto el autor argentino Jorge Scala habla del “divorcio premio”: “premio al infiel, a quien no mantiene la palabra empeñada, a aquél que rehuye de sus obligaciones, al que miente, al inmaduro, etc.; quien, pese a causar injustamente todos estos daños, puede volver a intentarlo las veces que quiera, con el beneplácito de la ley y de los tribunales”.

¿Cómo revertir esta situación?

El Rev. Moon propone una solución radical y drástica, como expresa en el discurso fundacional de la Federación de Familias:

“¿Cuál es ese camino opuesto 180 grados al sexo libre?... ¿qué será lo que Dios esperaba de Adán y Eva? Dios esperaba de ellos pureza y fidelidad sexual absoluta.

Ustedes, líderes del mundo reunidos aquí esta noche, aprendan esta verdad y llévenla a sus naciones. Si comienzan una campaña para asegurar la fidelidad sexual absoluta en su país, sus familias y su nación irán directo al Cielo. Donde exista la fidelidad sexual absoluta, una pareja absoluta surgirá automáticamente. Palabras tales como "sexo libre", "homosexualidad" y "lesbianismo" desaparecerán naturalmente.

El Reverendo Moon ha venido toda su vida superando un camino de sufrimiento para poder iniciar este tipo de movimiento alrededor del mundo. La hora ha llegado para que el Reverendo Moon toque la trompeta de victoria y movilice al mundo entero, por lo que estoy muy agradecido a Dios.

Es en la familia donde puede establecerse la piedra angular para la paz mundial; es también en la familia donde dicho fundamento puede destruirse. Fue en la familia de Adán donde se desmoronó la base de la esperanza y la felicidad humana. Así inauguramos hoy la Federación de Familias para la Paz Mundial, abriendo el camino de 180 grados en dirección opuesta al mundo satánico y por ello no podemos dejar de dar gracias a Dios. ¡Si no seguimos este camino, nunca habrá libertad, felicidad ni ideal!

Deseo que ustedes se centren en el órgano sexual absolutamente puro, el órgano sexual único, el órgano sexual incambiable y el órgano sexual eterno, y que lo utilicen como fundamento para encontrarse con Dios. Este fundamento debe ser la base del amor, de la vida, del linaje y de la conciencia y es precisamente aquí donde nacerá el Reino de los Cielos en la tierra y en el mundo espiritual.

Si hombres y mujeres admitiéramos que el órgano sexual pertenece a nuestra pareja, todos agacharíamos la cabeza con humildad al recibir el amor de nuestro cónyuge. El amor nunca vendrá sin un compañero. Al saber que el amor viene del otro, no puede haber amor donde no exista el dar. Recuerden que encontrarán el amor absoluto cuando vivan absolutamente para los demás. Cuando regresen hoy a sus hogares, determínense a emprender una guerra contra el mundo satánico.

Por donde quiera que vayan, ya sea por los distintos medios de comunicación, expandan el mensaje del Reverendo Moon. Jamás se perjudicarán. ¿Cual será la fuerza que pueda cambiar este infierno de mundo? Será imposible de lograr, a menos que nuestro órgano sexual sea usado de acuerdo al estándar absoluto, único, incambiable y eterno centrado en el amor verdadero de Dios, (quien también es absoluto, único, incambiable y eterno). El dueño original de nuestros órganos sexuales es Dios.

Avancemos juntos por esta causa común. Seamos la vanguardia que practique el amor verdadero de Dios. Hoy, de regreso a sus hogares, confírmense uno a otro que sus órganos sexuales son absolutos, únicos, incambiables y eternos. Proclamen que lo suyo es realmente de su cónyuge, y lo que su cónyuge ha protegido tan bien hasta ahora, es realmente de ustedes. Júrense que vivirán con gratitud y en servicio eterno hacia su cónyuge. En tales familias, Dios morará eternamente y, centrada en ellas, una nueva gran familia mundial comenzará a consolidarse.”


En concusión, buscamos la realización del verdadero amor conyugal que tiene el espíritu del altruismo. El egoísmo (a veces disfrazado de amor) es una máscara para el deseo de hacer que nuestro amado o amada exista para bien de uno mismo; el amor verdadero deberá estar libre de esa corrupción. Su esencia más bien es dar, vivir por el bien de los demás y por el bien del conjunto. El amor verdadero da, olvida que ha dado, y continúa dando sin cesar. El amor verdadero da gozosamente. Esto lo descubrimos en el alegre y amante corazón de una madre que acuna en sus brazos a su bebé y lo alimenta de su seno. El amor verdadero es sacrificado, como aquél del hijo de piedad filial que obtiene su más grande satisfacción ayudando a sus padres, o un marido o esposa dedicado a servir con agradecimiento a su cónyuge.

El amor verdadero es la raíz de Dios y el símbolo de Su voluntad y poder. Cuando estamos ligados en verdadero amor, podremos estar juntos para siempre, incrementando sin cesar la alegría de la mutua compañía.

Cuando el amor de marido y esposa alcanza este nivel tan sagrado, el marido y la mujer pueden sentirse satisfechos y realizados para siempre. Así como nosotros no podemos cambiar a nuestros padres que nos dieron nacimiento, una vez que el marido y su mujer se unen bajo el poder absoluto del amor verdadero, jamás pensarán en separarse, su amor llega a ser incambiable y permanente, así como la vida que ellos crean a través de sus hijos que son los frutos de su amor.

Dado que la vida misma surge del amor, tenemos que reconocer que la relación verdadera de amor conyugal entre un hombre y una mujer es una bendición y un don que Dios nos otorga, un don que debe ser apreciado y ensalzado como un valor supremo. La expresión de ese amor a través del acto íntimo del amor conyugal así como en la convivencia diaria, debería tener una dimensión mística y sagrada, ya que es la unión íntima entre el marido y la esposa con Dios para disfrutar y expresar el amor eterno con el que El originalmente nos diseñó.

¿Dónde concretamente se conectan el marido y la esposa para expresar y consumar su amor? Es por medio de su sexualidad. Y aquí, tenemos que indiscutiblemente reconocer que Dios es el numero uno de los sexólogos por ser el Creador y Diseñador de los órganos del amor para que podamos expresar ese amor intimo y conyugal en la bendición del matrimonio. Por esta razón, el acto del amor conyugal debería ser protegido como algo precioso, hermoso y sagrado.

Nuestro destino natural y evidente será poder experimentar la "integralidad e integración del verdadero amor conyugal" que se caracteriza por una paz extrema, tranquilidad, serenidad y una alegría radiante, un sentimiento de unidad con la naturaleza, y con Dios. Es característica de esta condición una comprensión intuitiva y profunda de la existencia. Para comprender esta verdad fundamental del amor, debemos aceptar el aspecto divino y sagrado de la sexualidad, donde las energías masculinas y femeninas que se originan en Dios fluyen juntas en armonía completa.

El amor conyugal es un amor entrañablemente afectuoso y sensible y, por todo ello, un amor bueno, con ese entrañamiento afectivo y belleza. En otras palabras, es autoreconocimiento, autoaprobación y autointimidad como comunicación del propio cuerpo a la propia alma. El amor conyugal verdadero es un amor entrañablemente afectivo, el que expresa:

“Soy y seré aquel que es tu hombre o tu mujer en exclusiva y para siempre”

Cuando marido y esposa se expresan un amor pleno físico y espiritual, cuando íntimamente se ensamblan en armonía total, ése es el lugar y el momento donde se cumple con el propósito entero de la creación. Ese es el punto de comienzo de la felicidad verdadera, lo que supone la bendición más increíble.

Jesús González Losada – jegonzal2001@yahoo.es
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